El islote virgen

Un islote virgen donde habitan cientos de pingüinos y lobos marinos. Una excursión natural, guiada por experimentados lugareños que viven de la pesca y el turismo.

El eufórico alemán

Luego de una recomendación recibida en Ancud, decidimos ir visitar la península de Lacuy, distante 26 kilómetros. En la terminal, tomamos un bus rural repleto de lugareños, que iba hacia Quetalmahue. Nosotros éramos los únicos turistas. Nos dirigíamos a una zona de pescadores, recolectores de algas y pequeños agricultores. Después de aproximadamente una hora, nos bajamos en un cruce de caminos, transitamos a pie unos 400 metros y arribamos a la playa de Ahui, ubicada al noreste de la península, donde se podía hacer camping. Un lugar de una tranquilidad entrañable, desde donde podíamos observar la ciudad de Ancud. Armamos nuestra carpa y nos dispusimos a descansar admirando la vista. En medio de esa paz, irrumpió un hombre vociferando que debíamos acompañarlo para que nos presentara a unos lugareños increíbles, que lo habían llevado de paseo a un islote virgen con cientos de pingüinos y lobos marinos.

  • Una tranquilidad entrañable

    Una tranquilidad entrañable

  • La playa de Puñihuil

    La playa de Puñihuil

  • Costa del Pacífico

    Costa del Pacífico

  • Un atractivo turístico de la comuna de Ancud

    Un atractivo turístico de la comuna de Ancud

  • Un área silvestre

    Un área silvestre

Camino a lo desconocido, con un desconocido

Sorprendidos, escuchamos atentamente a este señor, a quien le brillaban los ojos de alegría al relatarnos su experiencia. Al borde de resultar pesado, sus palabras eran tentadoras, y su insistencia hizo que nos miráramos y finalmente nos subiéramos a su camioneta. Este señor es un alemán que vive hace años en Santiago (Chile). Mientras conducía, iba contándonos detalles de la excursión que había realizado el día anterior. Crecían en nosotros las ansias por conocer ese lugar, que tan efusivamente el alemán nos describía. Viajamos en dirección a Quetalmahue primero y de ahí tomamos la ruta que bordeaba la costa del Pacífico hacia el sur, hasta llegar a la zona de Mar Brava (a 21 kilómetros de Ancud). Allí se encuentra la playa del mismo nombre, que da muestra de la furia del océano Pacífico. En su extremo sur se ubica la Piedra del Run, testimonio natural enclavado en medio de quebradas vertiginosas. Debe su nombre al ruido del viento sur junto al oleaje marino, producido al chocar con la enorme piedra. Cerca de allí nos bajamos. El alemán ofició de anfitrión y nos presentó a los lugareños. Uno de ellos era el encargado de llevar a cabo la excursión. Pactamos el precio y, sin más preámbulos, partimos.

Rumbo al deseado islote

Nos dirigimos 4 kilómetros más hacia el sur, a Puñihuil, donde en una hermosa bahía se encuentran tres islotes muy cercanos a la playa, que acogen a las pingüineras. Desde allí subimos al pequeño bote de madera rumbo a uno de los mayores tesoros naturales de la comuna. Viajaba con nosotros el alemán, que por supuesto volvía, junto a sus hijas y un amigo. El agua de un azul profundo creaba un extraño fenómeno que el pescador nos describía: al juntarse el océano Pacífico con el mar interno, producen olas que surgen de repente por la diferencia de altura entre ambos, mayor a 6 metros. Este fenómeno se produjo varias veces y era increíble ver cómo, delante de nosotros, el mar crecía de repente y nos elevaba. Según nos contaba, en estos islotes anidan pingüinos humboldt y magallánicos que conviven en un mismo ecosistema, entre diciembre y marzo. Dos especies que llegan desde muy lejos y que luchan pacíficamente por su subsistencia, en una perfecta armonía. Y sólo un hombre vivía en el islote al que viajábamos: era el encargado de cuidarlo, y nadie más podía permanecer allí. En el trayecto, el alemán nos prometía que esta vez sí tocaría un pingüino, ya que la vez anterior lo había intentado sin éxito. Ahora estaba obsesionado con la idea. El pescador se sonreía al escucharlo y luego, callado, continuaba piloteando el bote con una tranquilidad admirable. El viaje, de unos cuarenta minutos, se nos pasó rapidísimo. Entrábamos a una pequeña bahía donde ancló el bote y comenzamos a bajar.

Pingüinos

El alemán gritó de golpe: “¡Ahí están! ¡Pingüinos!”. Fue el primero en bajar, estaba enloquecido. Había cientos de pingüinos en la playa, distantes de nosotros unos 150 metros, con esa tranquilidad que los caracteriza cuando están en tierra. Mientras íbamos bajando uno por uno, con los zapatos en la mano para no mojarlos, el alemán, sin esperar, comenzó a correr para tocarlos. Obviamente, a medida que se acercaba, ellos se iban tirando al agua. Con la cámara de fotos en la mano, comencé a correr sobre las piedras, descalzo (una sensación que recomiendo no experimentar), para poder fotografiarlos antes de que se sumergieran por completo. A medida que corría y me acercaba los observaba tirándose al agua, parecían estar disputando una carrera. Era maravilloso verlos zambullirse y nadar a una velocidad sorprendente. Los pingüinos pueden alcanzar en el agua una velocidad aproximada de 45 kilómetros por hora. Llegué tarde: pocos pingüinos quedaban en tierra y el alemán tenía algunas marcas de los picotazos que había recibido. Las otras personas llegaron al poco tiempo. Nos quedamos observándolos por largo rato, ya desde lejos. Pero la excursión no terminó acá. El pescador nos invitó a subir al bote nuevamente, para llevarnos a conocer a otros habitantes del islote: los lobos marinos.

La ruidosa comunidad

Comenzamos a rodear el islote y divisamos a cientos de lobos marinos que descansaban recostados sobre las grandes rocas. Compartían el lugar con ellos cientos de gaviotas, algunas sobre las piedras y otras volando. A medida que continuábamos acercándonos, escuchamos los sonidos que los lobos emitían, muy fuertes y diversos. Un espectáculo fascinante, que nadie debería perderse, y menos aún cuando comenzaron a arrojarse al agua, uno tras otro, sin parar. Nadaban para acercarse al bote, para observarnos. ¡Claro! ¿Qué hacíamos nosotros ahí? Ellos eran más curiosos que nosotros. El pescador apagó el motor y nos acercó lo más que pudo a las rocas. Los lobos marinos seguían tirándose y llegando cada vez más cerca del bote. Era asombroso, no lo podíamos creer, sus cabezas salían del agua, una y otra y otra… había de 20 a 30 de ellos, muy cerca de nosotros, a tan sólo dos metros. Mientras tanto, seguíamos escuchando los curiosos sonidos de los que permanecían sobre las rocas. Cada tanto, el pescador encendía el motor y nos alejaba de las rocas, mientras la marea insistía en acercarnos a ellas. Todos como nenes, los observábamos y les sacábamos fotos, sin querer enterarnos que teníamos que volver. Queríamos que ese momento maravilloso continuara por más tiempo.

La hora de la vuelta

Pero había llegado el momento de retornar a tierra firme. Cada uno se despidió, a su manera, de los pingüinos, los lobos marinos y del islote que tantas cosas maravillas nos había mostrado. El viaje de vuelta fue silencioso, cada uno rememoraba para sí mismo lo que había vivido, y se llevaba dentro de sí esos inolvidables momentos. El regreso sería mas largo, según nos decía el pescador, debido a la marea. Había cambiado, y el mar no estaba tan calmo como por la mañana, pero nada empañaría nuestra experiencia. El remate final del paseo fue cuando, ya cerca de la bahía donde desembarcaríamos, el pescador nos dejó pilotear el bote por un rato, mientras el fuerte viento nos golpeaba las caras. Ya comenzaba a atardecer… * La Fundación Alemana Otway, desde 1997, trabaja en un proyecto de protección y conservación natural de las pingüineras, no permitiendo el desembarco en los islotes. Sí se realizan navegaciones guiadas por voluntarios de la Fundación alrededor de los islotes. Es posible hacer la navegación con pescadores artesanales que ofrecen el recorrido en los poblados de Puñihuil y Quetalmahue.

Autor Mónica Pons Fotografo Eduardo Epifanio

Tipo de tourTipo de tour: contemplativo
Nivel de dificultadNivel de dificultad: bajo.
DuraciónDuración: medio día.
HorariosHorarios: Se combina con los pescadores artesanales el paseo marítimo.
Sugerencias Cargar nafta en Ancud. Asfalto sólo hasta Quetalmahue.

Saliendo de Ancud, por la costanera, hacia Lechagua (hacia el océano Pacífico), a los 14 km, se toma el camino a la izquierda, hacia Pumillahue y la playa de Puñihuil. Antes de Pumillahue, se puede tomar por un camino irregular de ripio y arena que permite llegar a la playa de Mar Brava (21 km de Ancud).
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