Villa Pehuenia / Moquehue Historia y leyendas

Historia

Villa Pehuenia, como localidad turística, tiene pocos años de existencia. Pero su tierra encierra una historia milenaria, que nace con el surgimiento mismo de la cordillera de los Andes. Un poco más “recientemente”, en los períodos Jurásico y Cretácico, el pehuén (Araucaria Araucana) ya dibujaba su particular silueta en el paisaje prehistórico.
En cuanto a la presencia humana, existen indicios que denotan la actividad del hombre mucho más cerca en el tiempo, unos diez mil años atrás.
Luego del proceso de “araucanización” de los tehuelches septentrionales, aproximadamente en el siglo XVII, se fueron creando los primeros asentamientos mapuches en esta zona (para las veranadas), denominándose pehuenches a los que habitaban los territorios dominados por pehuenes.
Si bien con la Conquista del Desierto se oficializó la presencia huinca (gente blanca) en la región, el comercio (no siempre legal) entre mapuches y criollos es de larga data y bastante anterior a la expedición del General Roca. Don Alejandro Arce (estanciero de Necochea, provincia de Buenos Aires) usaba el Paso del Arco para cruzar su ganado y venderlo en Chile. Inclusive en la actualidad viven en Villa Pehuenia y Moquehue descendientes de este estanciero.
Hasta 1881, habitaba la zona gente que respondía al Cacique Renque Curá (hermano de Calfucurá). La colaboración entre mapuches y criollos en el aspecto comercial, llegó incluso al traslado compartido de ganado “maloneado” en las pampas, que por lo accesible de los pasos y su baja altura sobre el nivel del mar, eran cruzados por la zona de El Arco e Icalma.
Con el tiempo, y por convenios con el Estado Nacional, se entregaron tierras a las comunidades Puel (en las costas norte de los lagos Aluminé y Moquehue y en la zona de la Angostura entre ambos) y Catalán (en Lonco Luan), siendo éstas las dos comunidades mapuches que residen en el ejido comunal.
De a poco, la convivencia se fue afianzando y comenzaron los primeros asentamientos huincas, con lo que el Estado Nacional se vio obligado, hace más de 70 años, a crear la Escuela Nº 90, en la zona de la Angostura de los lagos Aluminé y Moquehue.
A mediados del siglo pasado se forjó una explotación forestal de importancia. Las empresas Colombo y Alvarez & Durán fueron pioneras en este aspecto. Cabe destacar que el traslado de la madera requería un espíritu aventurero sin igual, ya que no existían los caminos actuales y los que había eran mejorados permanentemente a pala y pico. Era famoso el recorrido del camino denominado Withvoort, en alusión al apellido de uno de los primeros colonos, un norteamericano con la estampa típica de un cowboy, quien fuera el primero en abrirlo y transitarlo.
El movimiento generado por la industria forestal hizo que el centro de la explotación de la provincia del Neuquén estuviera localizado en Moquehue. Inclusive se recuerda al señor Campos, del Instituto Forestal Nacional, quien diseñó todo el sistema de combate de incendios y construyó miradores en toda el área.
El poblamiento permitió el asentamiento de familias enteras que hoy son parte de la historia de Villa Pehuenia. A modo de ejemplo, podemos nombrar a la familia Carraha en la zona de la naciente del río Auminé, a Paulino Catalán en Villa Pehuenia, y a Pacián Garro en Moquehue.
Más tarde surgieron los almacenes como una nueva actividad comercial. A la vieja proveeduría de la firma Colombo en La Angostura, y al almacén de don Carraha en la naciente del río Aluminé, se agregaron el de Cirilo De Gregorio y el de Edgardo Garro (luego comprado por Orlando Almeira). Poco tiempo después, la hija de don Carraha, María, y su esposo, Vicente Escoda, se instalaron en el cruce del río Litrán y la ruta 23.
Continuó el crecimiento paulatino, que impulsó la institucionalización de la villa. Por ello, el 20 de enero de 1989, bajo el gobierno del Ing. Pedro Salvatori, por Decreto Nº 153, se creó la Comisión de Fomento de Villa Pehuenia, siendo el primer Presidente de la Comisión el señor Raúl De Gregorio.
Esta creación permitió incluir el crecimiento de la localidad en los planes de desarrollo provinciales y comenzar a dar forma a una actividad que hasta ese entonces estaba reservada a los pocos que conocían la villa, especialmente pobladores de Zapala: el turismo.
La variedad de actividades que genera la denominada “industria sin humo” fue imprimiéndole a la villa su perfil actual: una aldea de montaña de tipo familiar, donde prima la conservación ambiental y el respeto por la cultura mapuche.

Fuente consultada: Comisión de Fomento de Villa Pehuenia.

Leyendas

Pehuen
Entre los árboles que traen fruta, el buen Dios creó para beneficio de la gente: la araucaria, o como dicen los indios, el pehuén, cuyas cápsulas de semillas con forma de bola o cabeza no consideraban al principio un alimento.
Los mapuches veneraban la araucaria y la consideraban un árbol sagrado, a su sombra rezaban, le brindaban ofrendas de carne y sangre y humo, salpicándolas con mushai, la chicha dulce o fermentada, lo adornaban con regalos y le hablaban como si fuera una persona y hasta se confesaban con él.
Las sabrosas pepitas dulces del pehuén quedaban inutilizadas, quizás porque no tenían buen sabor cuando estaban crudas y ellos no sabían prepararlas: de modo que las dejaban tiradas en el suelo, considerándolas venenosas.
Y ocurrió que el reino de los mapuches pasó por un período de gran hambruna, tanto que muerieron muchos araucanos. Los que morían antes que nadie eran los niños y los ancianos.
Entonces, los viejos de las tribus mandaron a la gente joven en busca de comestibles de distintas clases y a distintas partes: bulbos de lirio y otras flores y plantas, bayas, hierbas y granos de cereales silvestres, raíces amarillas dulces y, naturalmente, también carne de animales salvajes. Pero.... ¿dónde estaba todo aquello, dónde se escondía ?
Casi todos los mozalbetes mapuches volvieron hambrientos sin haber hallado cosas comestibles. Dios, el Grande del cielo, no quiso seguir oyendo el clamor: el Chau no escuchaba las plegarias, se fingía sordo.... Y su gente se moría.... Sólo uno de los emisarios consiguió algo.
Cuando éste volvía, lo interpeló durante el trayecto un anciano desconocido, ansioso de saber qué buscaba en las montañas en gran parte pobres, arenosas y áridas. El joven le confió su pena y la de sus hermanos hambrientos de la tribu y el viejo replicó, con extrañeza:
-¿No son suficientemente buenos para ustedes los piñones ? Caen de los árboles harto maduros ya basta una de sus cápsulas para nutrir a toda una familia.... Pero hay que hervirlos hasta que se ablanden, hervirlos con mucha agua o tostarlos sobre el fuego. Y hay que enterrarlos en el invierno para preservarlos de la helada.
Después de estos buenos consejos, el viejo de la larga barba desapareció de improviso.
El joven araucano se llenó el manto de las cápsulas de semillas más grandes que encontró y se las llevó al más anciano de la tribu, junto con el mensaje que le había dado el hombre de la larga barba.
El anciano y el joven llamaron a toda la gente de la tribu y se habló de lo convenido. Entonces, los más prudentes dijeron:
-Ese sólo puede ser nuestro Chau, nuestro padre que bajó para nosotros a la tierra a fin de salvarnos. Seguiremos sus indicaciones, no desdeñaremos el regalo que nos permite comer, no obstante ser un alimento que proviene del sagrado árbol que sólo a El pertenece.
De inmediato, hirvieron aquellas alargadas frutas en agua buena y otros las tostaron sobre el fuego. Fue un gran festín.
Desde entonces ya no padecieron escasez, porque los innumerables árboles existentes alrededor del volcán Lanín y sobre él les ofrecieron muchos regalos de esa clase. De esa época datan las fiestas populares, consistentes en un viaje anual de los indios con sus familias a las montañas y regiones de las araucarias a fin de juntar los víveres preciosos para el invierno, katangos y piñones de un color oro oscuro.
Los guardan bajo tierra, donde se conservan durante todo el verano frescos y dulces, siendo muchas veces el único alimento de los indígenas.
Fabrican también la embriagadora bebida llamada chahui ( o chawü), hecha con los mejores nguilliu, nombre que les dan a los piñones.
Pero poco después de la época a que nos referimos, el Dios de los araucanos no bajó ya a la tierra y algunos de nuestros antepasados afirmaron que lo capturaron y mataron los blancos cuando quiso visitar por última vez a sus dilectos hijos araucanos.
De todos modos los antiguos, cuando rezaban al salir el sol, como lo hacemos hoy todavía muchos de nosotros, sobre todo los más ancianos y los que viven solitarios en lugares poco poblados, tenían y tienen siempre en la mano, en la mano limpia y aseada y bien abierta, una ramita o fruta del pehuén, y dicen:
-Dado por Ti para no dejarnos morir de hambre.
¨A Ti debemos nuestra vida y te rogamos, a ti, el Grande, a Ti nuestro padre, que no dejes morir a los pehuenes.
¨Deben propagarse como se propagan nuestros descendientes, cuya vida te pertenece, como te pertenecen los árboles sagrados ¨.
Así saben rezar los ré che, los araucanos de sangre pura a su Dios y Dueño del mundo.

Afpin: el narrador ha terminado.
Pehuén: pino patagónico, araucaria imbricata. Fruta: los piñones. Se le considera árbol sagrado y recibe ofrendas.
Muschay o muday: bebida alcohólica, hecha de diferentes clases de cereales o de patatas mezcladas con granos. Maíz preferido.
Chau: padre, también Apu
Del Libro ¨Cuentan los Araucanos¨Bertha Koessler-Ilg , Edit. Nuevo Extremo.


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