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Es uno de los paseos obligados de la ciudad, permite conocer sus nuevas instalaciones, su largo muelle de embarque y el movimiento incesante de mercadería y barcos.
Para acceder al puerto local no es necesario alejarse mucho del centro de
Comodoro Rivadavia. Su extenso embarcadero invita a una caminata hacia el interior del mar para contemplar desde allí la ciudad. Aprovechamos una mañana con poco viento y mucho sol para dirigimos a pie hasta la zona de las dársenas. Pasamos por la terminal petrolera que permite la carga y descarga de ese fluido y sus subproductos y que cuenta con su propio atracadero. Los imponentes tanques nos hicieron imaginar cuántas toneladas se almacenarían y también cómo habría sido su utilización en tiempos del “oro negro”. Encaramos hacia los amarraderos y en medio de un vertiginoso trajín conocimos cada uno de los sectores de este embarcadero. Por nuestra izquierda aparecieron el andén pesquero y el de ultramar. El primero está acompañado por varios edificios donde se almacena y se llevan adelante tareas propias de la pesca de altura, especialmente de langostinos y centollas. Se capturan en la zona y son apreciados por el mercado nacional e internacional. Las dársenas de ultramar fueron ubicadas en un sector abrigado de los vientos y embates del mar. Conforma un recinto de considerable longitud, con defensas modernas y un calado de nueve metros que recibe barcos de gran porte. Históricamente, el fondeo era dificultoso y no podía realizarse en cualquier momento del año; recién en 1996 se inauguró el puerto actual, que cuenta con instalaciones y zonificación para las distintas modalidades de atraque. Fue construido para oficiar de cabecera atlántica del paso bioceánico austral y para incorporarlo a las actividades turísticas y deportivas. Luego encaramos el largo muelle que sirve de contención de las aguas agitadas de mar. Allí los vientos y el embate de las olas se hicieron sentir y con el fresco en la cara llegamos hasta la punta. Las gaviotas que sobrevolaban los barcos pesqueros en busca de alimento nos pasaron a pocos metros de la cabeza y con su agudo graznido marcaron su presencia. Una pequeña colonia de lobos marinos de un pelo descansaba perezosamente en un área donde se han acostumbrado a reunirse para tomar sol.
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Regresamos de esta excursión portuaria y, luego de pasar por la plaza conocida como Jardín del Puerto, seguimos por la costanera. Allí, el sabroso aroma que provenía de las cantinas y restaurantes nos tentó con sus especialidades de mar y no pudimos negarnos a probarlas. Volvimos a tomar contacto con la ciudad y pudimos observar el puerto de noche, iluminado y tan atrayente como lo fuera para nosotros de día.