Los tristes nubarrones abandonaron la ciudad de Puerto Montt hacia el oriente. Con su partida se renovaron las ganas de querer recorrer los alrededores de la ciudad y, en especial, la de cruzar al archipiélago de Chiloé.
Esta gigantesca isla es la continuación de la cordillera de la costa. Está separada del continente por el canal de Chacao por el lado norte. Al este, la interrumpen los golfos de Ancud y Corcovado. Lo importante es que en su mítico interior se encierran gran parte de la historia colonizadora de Chile y una naturaleza sin precedentes.
Desde Puerto Montt, transitamos 60 km de ruta hasta Pargua, donde se toma el trasbordador para cruzar el canal del Chacao hacia la isla.
En la actualidad, dos empresas operativas realizan el cruce a Chiloé. Una es la Transmarchilay, que utiliza cuatro transbordadores con notables eslores. Ellos son el Camahueto, Fiura, Cal Cal y el Llacolén. La otra empresa es la naviera Cruz del Sur, que opera también con cuatro transbordadores, el Don Juan, Alonso de Ercilla, Gob. Figueroa y el Bertina.
El servicio regular de cruce comienza a las 7 de la mañana y termina a las 23:30 horas. Las frecuencias entre una y otra ronda oscilan entre 15 y 20 minutos, y el trayecto total de cruce demora alrededor de media hora. Luego de las 23:30, hay un servicio de trasbordador a cada hora.
El canal Chacao es considerado por muchos biólogos como la puerta de entrada al pasado del mundo, porque una vez que se está en la isla se tiene acceso al Parque Nacional Chiloé, una de las pocas áreas boscosas que conservan el carácter primitivo de la flora y de la fauna.
El clima húmedo y templado del archipiélago permite la existencia del bosque siempreverde, conformado por olivillos, coigües, arrayanes y alerces. La fauna del lugar comprende al zorro chilote, lobo de mar, nutria de mar, pudú y carpintero patagónico, entre los más vistosos.
Esperamos nuestro turno y, en pocos minutos, estábamos en uno de los trasbordadores, esperando ser llevados a la isla. El trasbordador pasa por Carelmapu, una pequeña aldea frente al canal, conocida por su fiesta de la Virgen de la Candelaria, por su iglesia, su caleta y su playa brava.
Si se cruza con embarcación propia y se navega hacia el este, se logra acceder al golfo de Ancud pasando frente a la ciudad de Caulín, donde existen unos restaurantes típicos que ofrecen platos de ostras del lugar, cuyos criaderos pueden observarse desde la orilla del mar.
Expectantes mirábamos la costa del otro lado. Sabíamos que allí podríamos aprender gran parte de la historia del país transandino y disfrutar de la paz que brinda el contacto con la naturaleza. Podríamos recorrer sus playas de finísimas arenas que se extienden por varios kilómetros y contemplar el ocaso en el lejano horizonte del Pacífico.
Al fin cruzamos hacia la gigantesca masa de tierra que emerge sobre las aguas turbulentas, pero eso ya es otra historia.