Los alerces son el principal motivo de atención de este paseo imperdible y se les suman espejos de agua que reflejan los límpidos cielos patagónicos.
En el recorrido por la comarca del paralelo 42, no puede faltar una visita al parque nacional Los Alerces, área agreste con atractivos naturales donde se resguarda en forma especial el bosque de alerces milenarios más grande de la Argentina. Creado en 1937, se encuentra al noroeste de la provincia del Chubut y se apoya en el límite con Chile. El paseo comenzó una mañana muy temprano en
El Bolsón, de donde salimos por la ruta nacional 258 hacia la ciudad de
Esquel.
El Hoyo fue la primera población por la que pasamos y luego de una bifurcación nos dirigimos hacia
Epuyén, en la zona cordillerana. El recorrido nos permitió conocer los distintos ambientes que caracterizan la zona. Por ejemplo, entre Leleque y
Cholila se atraviesa una zona de estepa patagónica, con sus colores amarillentos y falta de vegetación. El lago Pellegrini nos ofreció su espejo de agua verde-azulada. El siguiente paraje fue Cholila, que en lengua mapuche significa “valle hermoso”. Un pequeño y pintoresco pueblo que a sus tradiciones ganaderas suma algunas historias de los bandoleros estadounidenses Butch Cassidy y Sundance Kid, quienes alguna vez vivieron en la zona. Continuando por la ruta, ingresamos a Villa Lago Rivadavia, conocida por sus inmejorables condiciones para la pesca con mosca. Estábamos a solo 4 kilómetros de la entrada del parque nacional y todo fue disfrutar del paisaje sin darnos cuenta de los kilómetros andados.
Ingresamos al parque y avistamos el cerro Coronado y supimos que lleva ese nombre por los primeros pobladores que habitaron ese sector. En su base, el lago Rivadavia nos ofreció un lugar para descansar un rato y sentir el silencio del bosque sólo interrumpido por algún gorjeo de los pájaros.
Para soñar despierto
Con un plano en la mano, entendimos que el lago Rivadavia forma parte de un sistema lacustre que abarca dos grandes eco-regiones que el parque nacional preserva constantemente: los bosques patagónicos y los altos Andes. Lo integran los lagos Menéndez, Futalaufquen, Krüger y el río Frey, que lleva sus aguas a la represa hidroeléctrica Futaleufú (embalse Amutui Quimey). Llegamos a un hermoso
camping organizado sobre la orilla del lago y nos pareció un lugar muy bien preparado para unas mágicas vacaciones en carpa.
Entonces, seguimos nuestro recorrido pasando por bahía Solís y atravesamos un apretado bosque de coihues. Allí el río Rivadavia se une al lago Verde y éste al lago Menéndez mediante el río Arrayanes. Una pasarela nos permitió tomar un camino hacia Puerto Chucao y desde allí tuvimos una vista panorámica de los dos espejos de agua, el bosque y las montañas. Fotos, fotos y más fotos se sucedieron en ese lugar alucinante. Para llegar hasta el lago Menéndez, tomamos un sendero interpretativo con excelentes carteles que nos ayudaron a conocer la flora y la fauna del paque. Ya en el muelle, esperamos un rato para embarcarnos para navegar hacia el alerzal milenario. Mientras, nos deleitamos con la vista del cerro Torrecillas y del glaciar de su cima.
Al bosque milenario
Esos espectaculares paisajes estaban allí a nuestro alrededor y pudimos darnos cuenta de la magnitud de esos bosques añosos y comprendimos el culto al lahuán o alerce, árbol considerado sagrado por los indígenas de la zona. Alcanzan los 70 metros de altura y llegan a vivir 3.000 años. Lamentablemente, el bosque sufrió la tala indiscriminada y la cantidad de ejemplares es hoy menor que hace unos años. Esta especie tiene una madera rojiza, dura y muy resistente, muy apreciada en carpintería. En el bosque convive con el ciprés de la cordillera, los coihues y los mañiúes. Entre las flores se destacan las mutisias, los chilcos y el liuto. La visita al bosque se realiza en forma guiada y permite conocer también las especies animales, aunque no se vean ya que la presencia del hombre las ahuyenta. Sus 263.000 hectáreas de extensión tienen zonas que pueden ser visitadas y otras que permanecen vírgenes y que sólo los guardaparques conocen.
Dejamos atrás el bosque de alerces y bordeamos el brazo norte del lago Futalaufquen hasta llegar a Villa Futalaufquen. Este pequeño pueblo tiene todos los servicios que un visitante necesita para pasar unos días inolvidables, incluidos alojamiento y casas de té. Dejamos el parque nacional por su portada central, que es la más conocida por ser la de ingreso desde Esquel.